Esta semana he escrito sobre lo que ha significado para mis hermanos, para mis primos y para mí ser nietos de mi abuela.
Escribir esta carta ha sido mi gran suerte en una semana donde la distancia y el cambio horario han sido mas difíciles de llevar de lo habitual. No lo supe hasta que no me puse a ello, pero escribir ha sido, sin lugar a dudas, mi manera de compartir el dolor, encontrar consuelo y sentirme más cerca.
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Mamá dice que cuando cierra los ojos y piensa en la abuela, se la imagina como en esa foto en blanco y negro de la playa. En esta foto, la abuela –que entonces no era abuela, solo una jovencita– posa de pie junto a la orilla del mar, con los pies descalzos sobre la arena, un vestido sencillo ajustado a la cintura con un lazo y el pelo ondulado flotando con la brisa. Sonríe, tierna, serena, divertida, con una luz que llena todo el espacio y traspasa el papel.
El papel, y también la pantalla. Apuesto a que estos días también vosotros habéis estado buscando en vuestra galería del móvil todos los archivos que tenéis de ella, capturas de álbumes, vídeos y fotos que habéis ido tomando a lo largo del tiempo y otras que os habrán compartido. Habréis encontrado fotos de los veranos en Santo Espíritu, fotos de Navidad, de cumpleaños, de bodas, de conciertos; fotos con el abuelo, rodeada de nietos o con bisnietos recién nacidos en sus brazos. Muchas de estas fotos nos ayudan a refrescar la memoria y a recomponer recuerdos de toda una vida feliz junto a la abuela.
Vamos a probar a cerrar los ojos nosotros también, a ver qué momento ha decidido seleccionar nuestra mente por sí sola, sin ese apoyo documental. Quizá la veas en la sobremesa, disfrutando de su café con sacarina y una palmerita de chocolate, preguntándote sobre algo que le contaste la última vez que viniste –y que recuerda con precisión– y también sobre tus hermanos, tus padres o sobre algún primo.
Quedémonos un poco más así, con los ojos cerrados. Es posible que la veas en el jardín, regando sus plantas, nadando en la piscina, sosteniendo la baraja de cartas mientras jugáis al continental –probablemente, a punto de abrirse– o haciendo su siesta de la tarde. ¿Puedes tú también oír su voz recitando uno de sus poemas favoritos? ¿Puedes oír sus carcajadas en medio de uno de sus ataques de risa, cogiendo aire para poder explicarle al abuelo qué es eso que le ha hecho tanta gracia?
Probablemente también tengas montones de escenas de ella con el abuelo. Da igual de cuándo sean, las hemos visto tantas veces: besándole, dándole la mano, diciéndole “mi xixet”. Tus amigos no entienden por qué sigues creyendo en el amor; bueno, es que lo has visto durante años desde la primera fila.
¿Sigues con los ojos cerrados? No te quiero interrumpir. Tal vez ahora estés a solas con ella, contándole ese nuevo proyecto que te ilusiona, eso que te preocupa tanto en el trabajo, o que has conocido a alguien y te estás enamorando. Estoy segura de que tus manos están entre las suyas, que te está escuchando con una mirada limpia, atenta, desnuda de prejuicios y que te está diciendo algo así como: “No te preocupes cariño, todo va a salir bien. Tú reza, que el Señor sabe lo que es mejor para nosotros”. Ah, y también un “Yo rezaré por ti”, esa frase bálsamo, que instantáneamente te relaja el cuerpo y te hace sentir más tranquilo, más ligero. Ni palabras vacías, ni grandes discursos, ni falsas esperanzas. Solo la certeza de que lo que pase estará bien, de que no estamos solos. Confianza plena y entregada a la vida.
¿Se nos olvidarán todas estas cosas? ¿Adónde se irá este amor? ¿Nos quedaremos sin esa protección vip de la que hemos disfrutado todo este tiempo gracias a sus oraciones?
Creo que las respuestas aparecieron como por arte de magia la semana pasada. Cuando, por encima de la pena, brotó un amor intenso y expansivo que todos podíamos sentir en nosotros y entre nosotros. Cuando ya no necesitábamos que la abuela nos dijera que todo irá bien, porque esa certeza ya se había instalado en nuestro corazón.
Y es aquí donde se revela el misterio de la trascendencia. Las personas que amamos se quedan, no solo por sus fotografías, sus recuerdos o sus gestos. Al trascender, esa persona se multiplica y se "esparce" entre quienes la amaron, como si dejara pequeñas partes de sí misma en nuestra forma de ser. Y es al incorporar su esencia a nuestra mirada cuando la honramos y la hacemos eterna.
Gracias abuela, de parte de todos tus nietos, por el regalo de tu presencia y por tu luz.
Cuando cerré los ojos pensé en Santo Espíritu en verano, en cómo nos hacían sentir de la familia y en el mantecado fresquito… 😘
Toda una infancia y adolescencia oyendo hablar de Carmen. Descanse en paz